viernes, 28 de febrero de 2014

Función y estética del arte en Las Edades del Hombre.


"De las numerosas funciones que se pueden atribuir al arte, y en el caso del arte religioso, la más recurrente y casi omnipresente a lo largo de la historia es, sin duda, la funcionalidad pedagógica. Repárese en que enseñar e instruir junto a deleitar constituyen la más manida pero también eficaz justificación de la necesidad o no del arte. Quienes defienden, pero también quienes critican el arte, apelan igualmente a esta funcionalidad. Esta función, que hunde sus raíces ya en la didascalia y paideia griega, no pasó desapercibida para el cristianismo, aunque no quedara explícitamente manifiesta en las teorías del arte de la época, pero sí fue desarrollada en la práctica en base a la teoría del creacionismo planteando el arte como medio para una iniciación ascética.

Con la catequización, también a través de la imagen, se desarrolla un estilo artístico que inicialmente obligará a que la imagen medieval quede desprovista de la fruición estética (deleitare) a favor del instruire (la sencillez y simplicidad de las formas permitiría un menor despiste sensible y una mayor esencialidad para la comprensión de las realidades espirituales). En cualquier momento histórico el arte religioso ha tenido presente que hay un aprendizaje básico e ineludible al que los elementos formales y no formales han de contribuir: la existencia de un Dios eterno, creador, que envió a su hijo para salvar al hombre de la muerte y otorgarle, tras su corta estancia en el mundo, una realidad superior, una nueva vida, y eterna. En este sentido las distintas muestras de las Edades son a nuestro entender impecables.

El visitante de cualquier edición de las Edades ha podido tener esta experiencia: el propio espacio expositivo es ya un hito mediador entre ambas realidades, asiste pues a un espectáculo de enseñanza: la belleza y bondad de la divinidad impresa en la creación. Pero este espectáculo no debe ser una especulación, requiere de unas claves decodificadoras de este lenguaje visual, toda una catequética de liturgia, también visual. Desde ella se puede ya comenzar a reconocer los dogmas cristianos en las representaciones, articular los mensajes simbólicos que trascienden de los signos que aparecen ante sus ojos, llegando a una iniciación ascética que le lleva al conocimiento de las realidades superiores. Por ello, toda la estética religiosa, especialmente la medieval, busca el arquetipo de lo bello en Dios y en su creación, el recurso al simbolismo es ineludible. Dios es la Luz del mundo, mantenían las Sagradas Escrituras. Y su aparición en las cosas reales no supone más que una metáfora de la presencia en ellas de lo divino, es decir, una manifestación de lo inmaterial en lo material. Dios es el creador del mundo, y éste el reflejo de Dios mismo, <<porque desde la creación del mundo lo invisible de Dios se hace mentalmente visible a través de sus criaturas>> (San Pablo, Epístola a los romanos, I, 20.). Será esta supuesta analogía entre Dios y el cosmos la que condicione la representación y su instrucción: plasmar la esencia divina latente en todo lo creado, lo que implicaba una clara espiritualización. Para ello, la pedagogía insistía en símbolos y signos. Ellos, directa e indirectamente, incitaban a una lectura trascendente. En consecuencia, la naturaleza tendió a la esquematización a fin de convertirse en una especie de <<escritura plástica, cuyos signos podían ser convencionales con tal que el espectador comprendiera dicha convención, reconociendo la clave>> (Tatarkiewicz, W., Historia de la estética, vol. II La estética medieval, p. 160.).

De esta manera, la obra de arte permitía, a través del simbolismo, alcanzar de forma inmediata el conocimiento de Dios, oculto, por otro lado, para los laicos sin guía espiritual. Ya no interesa la búsqueda de la verdad natural, sino la representación de la trascendencia; ya no se trata de dar un sentido naturalista a la obra, sino que ésta refleje su aspecto divino. La idea de la cosa es más fundamental que la forma misma. Si el artista es capaz de sintetizar el conocimiento que posee de lo representado, sin artificios que disturben su comprensión (Pseudo-Dionisio, Mystica theologia, II.), es capaz de representar la esencia divina. El refuerzo imprescindible de esta orientación no podía ser otro que hacer pedagogía.

Esta guía catequética no es casual, sino causal, hay toda una institucionalización del arte religioso marcada por los teólogos del momento y de una tradición iconográfica arraigada que cristianiza elementos de la tradición grecorromana cuando es preciso. La presencia de la imagen, en primer lugar, es, pues, la presencia de Dios, un hito donde encontrar referencia; un punto y aparte, entre el espacio real y el espacio religioso. La entrada al espacio religioso es ya un hacerse consciente, también mediante el arte, de la omnisciencia de Dios. Por ello, algunas imágenes son, además de culto, es decir, imagen como reflejo de la presencia de Dios. En este tipo de imágenes, también presentes en las distintas ediciones de las Edades, lo esencial no pretende ser el deleite estético cuanto manifestar la presencia de lo divino que al fin y al cabo es la justificación última de la función catequética que se le atribuye al arte, y que fue reconocida en el Sínodo de Arras en el 1025, retomando la función didascálica griega y que ha llegado a ser conocida como la biblia pauperum (Gregorio Magno, Epist. Ad Serenum).

Otro aspecto que recuperan las distintas muestras de las Edades es, asociado a esa función didáctica, la capacidad evocadora del arte medieval: en sí mismo, como deleite y apreciación, y, más allá de sí, como trascendencia. El arte, como decíamos, es medio para no sólo hacer visible lo invisible, sino también para hacer inteligible lo ininteligible, dogmas, milagros, .....Así, las Edades exponen también los materiales de todo un programa para las artes que están subordinadas, vía didáctica, al requerimiento de toda una instrucción simbólica. Así como Dios se expresa por medio de la naturaleza creada, también lo producido por el hombre, puede, desde el programa adecuado, expresar o conmover como acicate hacia lo divino".

El anterior texto es reproducción de parte del contenido del siguiente documento:



0 comentarios:

Publicar un comentario