jueves, 6 de febrero de 2014

Aranda, una villa típica de Castilla.


"En aquella época fecunda en glorias, en que el gran santo de la edad media y fundador de la gloriosa orden de predicadores, Sto. Domingo de Guzmán, embalsamaba con la nombradía de su saber y de sus virtudes su primitiva patria, la Ribera, y en que uno de aquéllos héroes legendarios, Romero de Aranda, a las órdenes de don Lope Díaz de Haro, se distinguía por su valor en la conquista de Baeza (1227), dejando a la posteridad un renombre y un estímulo que por varios siglos perduró en su pueblo, el poblado de Aranda tras largo período de paz y de bonanza iba adquiriendo ya toda la fisonomía típica de una de las más importantes villas de Castilla. Al lado de las parroquias e imbuido de su espíritu religioso se había formado el municipio y su concejo, compuesto de clérigos, fijodalgos, y homes buenos de la villa y de las aldeas que constituían su tierra, Villalba con el Prado, Sinovas y Fuentespina con Casasola, las cuales, previa elección de compromisarios, verificada por cuadrillas a la vera misma o en los atrios de las iglesias, se reconocían con competencia para elegir personeros y procuradores generales que representasen a todo el concejo en las gestiones de interés común y en la asistencia a las mismas Cortes de Castilla, que convocaban los reyes. Gobernábase, a lo que parece, la villa por el fuero general de Extremadura, libre y exenta ya de la merindad de Silos, que llegaba hasta el término de Aranda, y gozaba de aquellas franquicias y ventajas tan apetecidas por otros pueblos, que le conferían los anteriores monarcas.

Un cierto malestar sin embargo y persistente desasosiego comenzóse a observar, así como en otras villas, no menos en la de Aranda durante los últimos años del reinado de Alfonso el Sabio. Las ambiciones de los Grandes y las turbulencias provocadas por el futuro rey, Sancho el Bravo, llevaron la agitación a dichas villas y, cuando ya en ellas nadie se acordaba de las antiguas alarmas y correrías de moros y cristianos, las villas reparaban y robustecían sus aportilladas murallas, presagiando funestamente la necesidad de su uso en discordias insensatas y en luchas fratricidas.

Aranda se vio entonces con una fuerte y amplia cerca que rodeaba la villa, y que sólo a costa de cuantiosos dispendios y de generosas prestaciones personales, dada la escasez de piedra en sus términos, pudo levantarse por entonces, para recibir poco después un nuevo ensanche y rodeo cogiendo toda la parte del Cascajar y la Dehesilla, que caían al norte y al saliente de la misma. Tenía entonces esta cerca seis puertas que daban acceso a la villa y salida a sus hermosas viñas y campos labrantíos, que eran las de Santa Ana, Duero, Arandilla, Santa Cruz, así denominada por caer frente a una ermita que dio nombre también a las eras que la cercaban, donde hoy se hace la gran explanada del Colegio de P.P. Misioneros (actualmente los Jardines de don Diego), la de Dehesilla, que caería entonces no al fin sino al principio de la actual calle de este nombre junto a la plaza del Trigo, y la de Cascajar, que en un principio estaba también más adentrada, que lo estuvo posteriormente, cuando se colocó sobre ella la Virgen del Pajarillo. A estas puertas añadióse, cuando se ensanchó la circunferencia, la Puerta Nueva.

En el circuito de la muralla había siete castillos, que dieron, como dice don Aniceto de la Cruz en su citada Historia de Nuestra Señora de las Viñas, motivo al escudo antiguo y armas arandinas, que eran precisamente siete castillos, y que andando el tiempo se trocaron por el emblema de dos leones rampantes en campo azur, en actitud de defender la entrada de un castillo, sito sobre el Puente Duero, rememorando con esto la célebre victoria que consiguieron de los moros los dos hermanos arandinos, don Julián y don Romero, defendiendo a su pueblo de la entrada que quisieron hacer aquellos en Aranda por dicho puente. Si realmente fue así, bien tarde por cierto se acordaron los arandinos de conmemorar esta hazaña de sus paisanos, ya que es sabido que hasta el siglo XIII no se frecuentó el uso de los escudos de armas, y por tanto con alguna posterioridad, o sea tres o cuatro siglos después de la aludida hazaña, es cuando pudo hacerse el dicho cambio de escudo y grabar en él los blasones de dichos héroes. ¿Será más bien este don Romero el que en este mismo siglo se distinguió, como dije arriba, en la toma de Baeza, y acaso el mismo también de quién se habla, como de personaje muy conocido en un documento de la reina doña Violante, viuda de Alfonso el Sabio, sobre las murallas de Roa, que copia Loperráez en su colección diplomática?. Lo cierto es que el nombre de don Romero se encuentra transmitido con honor de padres a hijos durante los siglos XIV y XV en el seno de una de las más castizas familias arandinas.

Don Julián y Don Romero defienden la entrada de Aranda.

Pero sobre todos estos castillos y en el centro de ellos, como gigante fornido que quisiese velar al mismo tiempo por la honra y guarda de Santa María y por la seguridad de la villa atalayando todo peligro, se levantaba al lado de la parroquia la imponente mole de su cuadrada torre que aún se conserva, rematada entonces con sus matacanes y almenas, desde la cual el sacristán tanto como a los actos del culto, convocaba en aquellos siglos a los concejos, tañía a abrir las puertas por las mañanas, al cierre de las mismas y a queda por las noches, a los nublos, como decían, cuando se formaban nublados, y a rebato, cuando cualquier otro riesgo repentino amenazaba perturbar la tranquilidad y bienestar de los vecinos de Aranda".

Reproducimos el Capítulo IV del libro "Aranda. Memorias de mi Villa y de mi Parroquia", de D. Silverio Velasco Pérez, natural de Aranda de Duero y que fue Obispo de Ciudad Rodrigo (Salamanca).

La ilustración que se incluye en esta entrada (sobre los héroes arandinos Don Julián y Don Romero) pertenece a la edición realizada por el sacerdote D. Silverio Velasco Velasco, sobrino del autor, en el año 2004, y la foto que la encabeza, corresponde a una edición facsímil del libro realizada en el 2012 por la Editorial Maxtor.

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